miércoles, 5 de octubre de 2011

HOMENAJE A MARIANO...


VACÍO Y SILENCIOSO

(HOMENAJE A MARIANO… UN HOMBRE BUENO)

MARIANO SE MARCHÓ SILENCIOSO…

Y SE LLEVÓ SUS NÚMEROS GASTADOS

Y SU SONRISA AZUL DE PAZ VESTIDA…

Y TODA LA TERNURA DE SU ALMA BUENA…

Y SE LLEVÓ CONSIGO EL DOLOR

DE DIECISIETE DÍAS... DE OXÍGENO…

HOSPITAL… DESAZÓN… DESVELO Y SUERO

FUNDIDO EN ABRAZO DE AMOR Y DE SOSIEGO…

CON ELVIRA AMOROSA,

ANA ENTREGADA Y BUENA,

INÉS INQUIETA Y DULCE...

FÉLIX BÁCULO Y COMPAÑERO...

MARIANO CALLA HOY CON SU SILENCIO…

DE TRES ROSAS ROJAS

CON FRÁGIL TERNURA POSADAS EN SU CUERPO…

CON ESPINAS QUE HIEREN DE AUSENCIAS Y RECUERDOS

Y DELICADA FRAGANCIA DE NARDOS

ALIVIANDO SERENOS

SU VOZ DE DESPEDIDA TRANQUILA

ESPARCIDA POR SU ALCOBA

CON DANZA DE AÑORANZAS DE TARDES

TRENZADAS EN EL TIEMPO…

MIENTRAS ELVIRA SONRÍE

SU NOCHE SOLITARIA

Y A DIOS LE DA LAS GRACIAS

PORQUE CUMPLIÓ SU PROMESA

SESENTA Y UN AÑOS DE AMOR

ASIDOS DE LAS MANOS

Y UNA FLOR EN SU TUMBA

CON SILENCIOSO BESO.

HOY MARIANO SILENTE

SONRÍE Y BESA A ELVIRA

Y CON SU BLANCA MANO

ANA AUSENCIA DE ÉL ES BENDECIDA

MIENTRAS SUSURRA DESPACIO

UNA NANA PARA INÉS

Y RUEGA A FÉLIX AMOROSO

QUE CUIDE DE LAS TRES.

LA HUELLA PROFUNDA

DE SU PASO HA QUEDADO

GRABADA A ROJO FUEGO

POR LOS RINCONES DEL ALMA

MARIANO… AMOR… TERNURA…

DULZURA… PADRE BUENO…

COMPAÑERO ABNEGADO…

ABUELO CARIÑOSO…

SE MARCHÓ CON LA TARDE DE ARREBOLES AUSENTES…

SE FUNDIÓ CON LA NOCHE

SE MARCHÓ RAUDO AL CIELO

Y EL HÁLITO AMOROSO

DE SU PALABRA BUENA

SE HA QUEDADO EN EL ALMA

PARA BRINDARLE CONSUELO.

Zaragoza, 5 de octubre de 2011


Pasadas las doce del mediodía él se quería morir. Cuarenta y cinco segundos después, ya no lo recordaba. Y continuaba con su implacable marcha de números en la cuadrícula: 1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 7 – 8 – 9 - 10.

—¿Hasta mil?

—Hasta mil, niño, hasta mil.

—11 – 12 - 13. Hasta mil. Hasta mil.

Y pasean por la mesa decenas de cuadrículas, cientos de cuadros de números sin rellenar, papeles para escribir las últimas pinceladas de una vida que se vierte cuando el silencio le abrasa la tarde de un agosto que no termina de cesar, porque él se hace necesario aún.

—Mi nombre es... ¿Recuerdas tú cómo me llamo?... ¿Hasta mil?

—Hasta mil, niño, hasta mil.

—¿Me llamarás cuando termines?

—Te llamaré... Y, ¿cómo te llamaré?... Pues no lo sé... Pero te llamaré... ¡Nenaa nenaaa!...

—Dime, niño.

—Que me han dejado solo. Y tengo mucho trabajo por hacer. Mi padre ha llegado esta mañana y me ha permitido jugar con la escopeta de los perros. 1 – 2 – 3 – 4… Estoy solo, todos se han marchado, llamo y llamo, pero no aparecen. Parece que la mamá se ha ido también. El tren pasará pronto. 1 – 2 – 3 – 4... ¿De uno hasta mil?

—Hasta mil, niño.

—Pero me quiero morir. Así no se vale. Sufrís mucho por mi. ¿De uno hasta mil? Tienes los ojos bonitos, nena… El tren pasará pronto… Déjame marchar… ¡Dejadme marchar de una vez! … No quiero estar aquí… Del uno hasta el mil esta mañana… Del uno hasta el mil.

—Hasta mil, niño.

—¿Recuerdas cómo se llama mi esposa?

—Sí, niño.

—Ah. Vale, vale. De uno hasta mil... Tengo que trabajar.

—Hoy es fiesta, niño, hoy puedes descansar.

—Gracias, niña grandota.

—Gracias, niño.

—A ti.

Hace cuarenta y cinco segundos él olvido que quería morirse. Solo sabe reír. Y preguntarse. Y preguntar. Y el Ave María. Y los números de uno hasta mil. Y sonríe con su sonrisa serena. Frágil. Rompible. Bonita. Y su mirada se pierde en un universo desconocido que viaja paralelo del mío. Y le amo, pero no lo sabe, siempre lo olvida. Menos "del uno hasta el mil", todo lo olvida. Uno por uno. Número tras número, guión tras guión, mecen su puente de comunicación con la voz. Y un nombre: su nombre. Y también a veces su nombre se hace extraño en su voz distante. Y el de su esposa. Y su hija. Y les ama. Pero no lo recuerda bien. Pero sabe que lo siente. Que su amor le llena ese espacio hueco que le ha vaciado sus recuerdos para impregnarlos de la nada.

La nada.

La vaciedad.

Allí es el oscuro. La no luz. A veces parece como si una y otra copularan en la misma cama con los retales que quedan de él.

Oscuridad y luz se funden en su lecho para devorarle la entraña de sus más arcanos recuerdos. Arrancan su origen. Lo hieren con sus dientes lacerantes.

Y desaparecen los claroscuros. Ya no se hace la luz. Ya la oscuridad no es. Entonces queda él. Tan solo él: con la piel cansada de tardes distantes. Con sus ojos azules ocultos tras el brillo inabordable de su cosmos único e inexpugnable, escondido tras el cristal rayado de lentes que ya no leen.

Como marido infiel que ama a su esposa y a su amante, pero que no sabe que ama. A las dos. Al unísono: luz y oscuridad, vestales con sus trajes desnudos de piel, danzando para él, robando lo que queda de él, lamiendo las migajas que ruedan por las noches y que le corroen.

Él se vacía.

Se rompe.

Lo olvida. Se vierte sin saber que se vierte. Ama sin saber que ama. Se deja amar sin saber que es amado.

Y pregunta sin requerir la respuesta.

Bastan cuarenta y cinco segundos para olvidarlo de nuevo. Para recomenzar, una y otra vez, con los números del uno hasta el mil que cesan en la primera centena. En la primera decena que se repite cien veces cada hoja de papel en blanco para ser llenada: cuadro a cuadro. Uno a uno. Diez a diez. Cien a cien. Y siempre hasta mil en su voz ronca de años esfumados bajo milenarios inviernos que le rompieron su génesis y le desdibujaron un no futuro…. Y le desdibujaron.

—¿Del uno hasta el mil?

—Del uno hasta el mil, niño, del uno hasta el mil.

Yo no sé si sufre. A veces parece que sí. Otras, es tan solo el vacío. Un puente roto que no sabe que una vez existió y que se mece undívago dejando a sus pies el paso de un río que danza aguas nuevas cada segundo. Y yo, cada día, me siento con él a la mesa y me voy de su mano a su mundo, a su universo inexistente, y juntos hacemos del uno hasta el mil, una y otra vez. Hasta que su risa abierta me recuerda que ha llegado la hora.

Siempre tenemos que regresar. Él me besa dos veces, una en cada mejilla, "para que queden empatadas", me deja en la puerta y se regresa a su universo infestado de la nada.

Vacío y silencioso como mis preguntas.

Como mis respuestas que no quiero. Siempre tenemos que regresar, pero él me deja en la puerta. Y se regresa a su universo vacío y con la mirada serena e inexpugnable.

Me toma del brazo con la dulzura propia de quien no quiere herir y con una sonrisa me exilia de su rincón, en donde tan solo caben él y sus números trastocados entre los girones de recuerdos que a veces afloran.

Con su sonrisa a flor de labios y dos besos en mis mejillas, él me expele de su oscuro recinto y me regresa a mis claroscuros que danzan con la sombra que mi piel deja en el concreto vacilante de una vida que a veces se triza de nostalgia y abandono.

Y me regreso: repelida y exiliada, en búsqueda de un nuevo día para plantarle una sonrisa a mis labios que se hacen nuevos cuando repite varias veces para él el número de números que deberá decir de nuevo.

Pero él está enfermo. Y mis viajes a su mundo son los inconfundibles síntomas de mi cordura. De la cordura que me convoca a la lucha diaria por encontrar el pan nuestro que alimente cada instante que le convoca el hambre a los sentidos. En mi mundo nada se olvida. Y la sed a veces hace su perentorio llamado para beber de mundos que desaparecen como burbujas de recuerdos que pincha la noche con su carga abrumadora y negra, dejando infestada la aurora de aromas de incontinencias y besos que ya no llegan. Y me fabrico mundos nuevos cada vez. Mis mundos. Escondidos entre meandros juguetones de voces que también callan con la claridad.

Sutiles y ajenos.

Y tan míos.

Tan insoportablemente míos y vacíos.

Y siempre me acompaña hasta la puerta para tornar a su elemental vacío.

7 comentarios:

  1. Bella y triste entrada, un bello homenaje a un amigo.

    Lo siento y te acompaño en tu dolor.

    Muchos besos.

    ResponderEliminar
  2. Creo que no hay que agregar nada mas, solo silencio..

    bello homenaje
    un abrazo
    Oscar

    ResponderEliminar
  3. Nosotros, que manejamos las palabras, podemos brindar a os que se van este tipo de homenajes y que los demás se lo brindan al mismo tiempo cada vez que los leen. Un abrazo desde Barranquilla, Colombia.

    Invitación cordial a que me vistes en mi Galería y dejes tu invaluable huella.

    Víctor

    ResponderEliminar
  4. Precioso y hongo homenaje. Prefiero no añadir más. En este caso, no tendría sentido.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Un poema triste pero a la vez lleno de amor y ternura. Gracias por compartirlo.

    Salvador Pliego

    http://salvadorpliego.wordpress.com/

    ResponderEliminar